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La fantasía entornada.

por | Mar 27, 2024 | Sin categoría | 0 Comentarios

Reflexiones a propósito del libro Casas. Cuando el inconsciente habita los lugares, de Patrick Avrane. Adrogué. Ediciones La cebra. Año 2020.

Patrick Avrane recorre el territorio íntimo que significa la casa para las mujeres y los hombres. La casa como ropaje, como objeto de costura imaginaria. Así como la vestimenta, que es como una “casa portable… protege del frío y otras inclemencias”.

Si algo comprendemos con este libro, es que el espacio se escucha –en los analizantes– el espacio se lee –en la literatura-, y siempre bajo las leyes de la condensación y del desplazamiento. Detenernos en el espacio, clínicamente, sirve “para otra cosa”. Es lo que se ha construido, heredado o pagado, ha sido el lugar de residencia de la familia, o de horizonte al final del día. Es objeto privilegiado, moebiano, aloja yprotege o desprotege, según el caso. Es continuidad del cuerpo, su vestimenta.  Tradicionalmente el hombre la construye (con sus manos, o su dinero). La mujer la decora, la limpia, la organiza. En los relatos, la casa aparece enhebrada a la fantasía.

La casa como objeto, tendría una doble faz. Por un lado, es objeto especular, consecuencia y derivación del primer objeto: el cuerpo. Según E. L. Luccioni la casa viene después de la imagen especular y después de la imagen de la madre. Interesa a la pulsión escópica, se la observa, se obtiene placer de ver su imagen, de fotografiarla, de proyectarla sobre una pantalla.  La otra faz de la casa refiere a su interior, no responde a la luminosidad ni el brillo del objeto. Está en relación a poder ‘habitarla’ y no ‘avistarla’. Es una puerta que hace bisagra con la realidad, cuyo interior no es permanente, es difuso, cambiante, ligado a la fantasía. Es decir, la casa como imagen (vista desde fuera), tiene que ver con la mirada del Otro. Esa mirada que nos pre-existe, que presuponemos antes que cualquier sujeto. Esta podría ser la razón de la arquitectura primitiva, una mirada más antigua que el hombre. Si nos remontamos a su origen, que siempre implica un mito, allí encontramos la juntura entre alojamiento y tejido, de modo de protegerse de las inclemencias del tiempo, siendo las primeras casas edificadas, tejidos de fibras naturales. Lacan plantea siguiendo a Merleau Ponty, que antes de ver somos seres mirados. Suposición que deriva en las creencias teológicas de un ser omnividente.

Entonces, ese segundo costado de la casa, se orienta a opacar esa mirada, a volverla inaccesible a algún espacio. La intimidad, cuya aparición Avrane fecha en el Siglo XVII, es el logro de esa sombra que no permite entrar la mirada del Otro, creación de espacio donde sustraerse a la mirada.

Pero al mismo tiempo el autor advierte que nunca estamos solos, la casa se “comparte”, siempre contiene una familia, aunque sea por los recuerdos que dejaron quienes vivieron allí, y eso constituye su alma. Y también está la vecindad, que nos acerca a una paradoja: aquello que fue construido en torno a agujerear la mirada del Otro con un hueco edificado, un vacío de sombra (razón de cualquier arquitectura) es desarmado por el semejante que sanciona el modo de goce. Porque la diferencia entre los vecinos es el modo en que gozan. No sólo en los dormitorios, donde se trata de las diversas maneras de gozar sexualmente. Sino en el modo de comer, de defecar, de hablar, de distraernos, de vivir. Concierne al cuerpo y todas sus zonas erógenas: zonas de encuentro con el Otro.

La casa se convierte en “zona transicional” de ese cuerpo que envejece y anquilosa la neurosis. La casa es la base material del síntoma, su esqueleto. En ella se evidencia la regulación de los orificios. No hay espacio puro, vacío, virgen, desnudo. El espacio se impregna de marcas, testimonios de la constitución imaginaria de cada sujeto. La casa es un objeto privilegiado que se teje fantasmáticamente como prueba del encuentro del sujeto con el Otro, y da cuenta de la excepcionalidad singular en que se produce. “Este entrecruzamiento entre la arquitectura real de un inmueble y su construcción imaginaria constituye lo que yo llamaría el insconsciente de la casa, que es propio de cada uno y compartido por todos; y se comprende que, cuanto mejor es compartido, tanto más fácil es vivir en la casa.”, dice Avrane.

¿Por qué uno se resguarda de la mirada de otro? Porque puede ser punitiva, intrusiva. ¿Qué es lo que uno esconde para sí? Algo valioso, que ha compuesto en la intimidad desde la intimidad del ser.  Si la casa, para Aristóteles, es la “reorganización del terreno” (de la tierra, piedra, vegetal, realizar una construcción), ¿por qué no pensar que la casa es también el material representacional para “reorganizar” la relación con el Otro? El soporte material de su inscripción metapsicológica. Es decir, esa “costura imaginaria” que estamos llevados a realizar como inscripción incesante de la relación nunca sepultada con el Otro y de la diferencia sexual, se pone en evidencia en la composición del ‘hogar’ texturado, decorado, cortinado, como espacio habitable y de resguardo de la omnividencia.    

¿Quién mira? y ¿Por qué? son preguntas a respuestas imposibles. La miradainicial es acéfala, sin tiempo y sin espacio. El avistar y habitar una casa son conquistas, singulares respuestas, construcciones fantásticas, y esas preguntas, restos de lo que fuimos: “seres mirados por el mundo”.

Texto: Luisina Bourband.
Imagen: Luis Bourband.

 


 

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